La Strada (El camino): Un road movie de Fellini
El cineasta italiano Federico Fellini (1920-1993), es uno de los fundadores del neorrealismo. Ha dirigido 24 películas con las que obtuvo premios e innumerables distinciones en diversos festivales. De su filmografía destacan: La dolce vita (1960), Otto e mezzo (8½) (1963), Satyricon (1969), Amarcord (1973), entre otros. “La Strada”, es otro filme dirigido por Fellini, con el que ha conseguido más de 50 premios internacionales, entre ellos el León de Plata en el Festival de Venecia (1954) y el Oscar de la academia de Hollywood en la categoría de Mejor Película en Lengua Extranjera (1956). “La Strada”, se sitúa en la Italia devastada, de posguerra, mostrando el viaje de dos seres desamparados que están fatalmente juntos. Rodado en su totalidad en escenarios naturales, el filme, es un drama producido el año 1954; el guion fue co-escrito por el mismo Fellini, Tullio Pinelli y Ennio Flajano, la fotografía en blanco y negro es de Otello Martelli, con la excepcional música de Nino Rota, las actuaciones de: Anthony Quinn y Giulietta Masina, una especie de, la bella y la bestia, donde Masina resalta por los toques chaplinescos de su interpretación. Fellini, al referirse a su película y en particular al personaje que interpretó su esposa Giulietta Masina, manifestó: "Creo que hice la película porque me enamoré de aquella niña-viejita, un poco loca, un poco santa, de aquel desordenado, gracioso, desgraciado y tiernísimo payaso que llamé Gelsomina y que todavía hoy consigue hacerme llorar de melancolía cuando oigo su sonido de trompeta". La cita es el lunes 19 de septiembre, a partir de las 19:00 horas, en el local del Cine Club ‘Lunes de película’, ubicado en la calle Baptista S-0110.
Dioses gigantes en la tierra
DR. ENNS BERNAL
ARIZCURINAGA
Indigocbba@hotmail.com
¿Han existido alguna vez los gigantes? El hallazgo de enormes esqueletos, restos petrificados y huesos humanos en los cinco continentes, parece confirmar que en épocas remotas la Tierra estuvo habitada por una raza de gigantes. “Comencemos por el principio”. El Génesis 6,1-4 “...En ese entonces habían gigantes sobre la tierra y también los hubo después, cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres y tuvieron hijos de ellas..”
Hallazgos de la ciencia.
En 1895, durante unas excavaciones realizadas en el condado de Antrim (Irlanda), un tal Dyer halló un gigante fosilizado de 3,70 metros de altura. Se exhibió en Dublín y más tarde en Liverpool y Manchester. Este tipo de hallazgos son particularmente numerosos en el valle del río Ohio (EE.UU.) ó (valle de los Colosos). En 1833 un grupo de soldados sacó a la luz en Rancho Lompock (Nevada) los restos de un hombre de 3,5 metros de altura, rodeados de armas descomunales. En 1891, en Crittenden (Arizona), una brigada de obreros encontró un sarcófago que contenía a un ser humano de más de 3 metros de estatura. También a finales del siglo XIX, en Isla Catalina (California), se hallaron los restos de unos gigantescos pelirrojos. En 1911 unos buscadores de guano encontraron en una caverna de Lovelock (Nevada) un grupo de gigantes pelirrojos momificados. Los indios paiute hablaban de una antigua raza de gigantes caníbales que llamaban Si-Te-Cah, a los cuales habían combatido y expulsado al monte Shasta, cerca del cual se encuentra dicha caverna. Restos similares se hallaron en el lago Humboldt. En 1923 se desenterraron en el Gran Cañón (Arizona) los restos petrificados de dos gigantes de 4,5 y 5,5 metros de altura.
Origen de la moneda en Bolivia (i)
En la jurisdicción del Alto Perú, hoy Bolivia, fue acuñada la primera moneda por mandato de Francisco Pizarro, en la localidad minera de Porco, comprensión hoy del departamento de Potosí. En tiempos del segundo virrey del Perú, Antonio de Mendoza, apareció la segunda moneda peruana. Fue batido el metal precioso a martillo, cortado con tijeras, dividido en piezas de a 4, de 3, de a 2, de a 1, de a ½ real y hasta de cuartillo de real para facilitar las transacciones. En el Bajo Perú ocurría otro tanto. Ambas monedas fueron acuñadas a martillo, con una cruz por todo distintivo. De allí, que estos pesos hubieran recibido el nombre de “Cruces”, denominación con el cual son conocidos en la numismática americana y que conservaron por mucho tiempo. En 1568, el licenciado Castro, pedía al rey Felipe II la creación de una "Casa de fundición y de Moneda" (Primera Casa de la Moneda), interpretando los continuos reclamos de los dueños de minas y comerciantes de la naciente Villa de Plata al pie del Cerro Rico. Después de tomar conocimiento de la preocupación, el virrey Francisco de Toledo, estando en Potosí, eligió la parte sur de la Plaza del Regocijo (hoy plaza 10 de Noviembre), frente a la iglesia Matriz o Catedral, en un solar cuadrado de 75 varas castellanas de lado para la construcción de la Ceca. (La vara = 0,835905 metros; El metro = 1,196308 varas) Los cronistas Pedro Vicente Cañete y Domínguez y Modesto Omiste, manifiestan que el edificio comenzó a construirse en 1572, afirmación que no es aceptada por Medina, que aduce que fue con posterioridad al cierre de la Casa de Moneda de La Plata -hoy Sucre-, a fines de 1574 y principios de 1575. Al convencerse el virrey Toledo de la inconveniencia del funcionamiento de la ceca en ese lugar se decidió que las herramientas y materiales de la efímera ceca de La Plata fueran trasladados a Potosí. No cabe duda que a pesar de haberse trasladado los materiales de La Plata en 1575, bien puede haberse preparado el nuevo edificio en fecha anterior, para encontrar toda la casa en condiciones de funcionamiento al recibir las herramientas y utensilios para su funcionamiento. Cañete y Domínguez dice que la construcción comenzó en 1572, cuando el virrey Toledo visitó la ciudad de Potosí en viaje de inspección. El alarife potosino Jerónimo de Leto fue el encargado de su construcción a quien el Virrey, por provisión de 27 de septiembre de 1575, certifica el pago de la obra que importó 8.231 pesos un tomín y 13 gramos de plata corriente. La construcción tenía muros de piedra y barro; modeladas las chimeneas con ladrillo y cal y las oficinas con techo de teja roja y luciente. Los gastos que se hicieron entre 1572 y 1575 en la construcción fueron, varios, como la compra de ladrillos en cantidades hasta 8.070 piezas a 30 pesos corrientes el millar y la compra de tejas a 36 pesos el millar. Intervinieron en la obra: Francisco Núñez, Juan Herrera y Francisco Ramírez, carpinteros; Juan de Matiazo, maestro albañil; Sarabia de Oropeza, proveedor de maderas; Pedro González y Bartolomé Sánchez, herreros. En el nuevo mundo, mucho antes de la llegada de los españoles, los indígenas del imperio incaico contaban en sus principales centros de población con expertos en el arte de determinar la ley del oro y la plata que utilizaban en la fabricación de sus adornos y utensilios. La ley del oro era aproximadamente de 21 quilates según datos estimados. La conquista abrió a los europeos una zona rica en minerales que se incrementó con la producción del Cerro de Potosí con sus vetas registradas a partir de 1545. Al principio los españoles utilizaban el trueque, pero muy pronto a medida que las entrañas de la tierra entregaban sus frutos, emplearon activamente tejos de oro o plata de ley variable, como reguladores comunes de las transacciones. El sistema tolerado por la falta de monedas, fue combatido luego por las autoridades que no querían dejar los impuestos reales. La única solución viable para canalizar la creciente producción argentífera se cifraba en crear Casas de Moneda, como lo habían hecho en México en 1535, treinta años después en Lima. Pero la producción de reales de plata no alcanzaba a cubrir las mínimas demandas del comercio local. Demás esta decir que el territorio altoperuano que comenzaba a ser explotado, solo pudo proveer de metálico a partir de la creación de la Casa de Moneda en Potosí, que por iniciativa del dinámico virrey Francisco de Toledo, inició su actividad con altibajos en diciembre de 1572.
Referencia Bibliográfica • Benavides M. Julio, Historia de la Moneda en Bolivia, Ediciones “Puerta del Sol”, La Paz, 1972 • L. Hanke y G. Mendoza, Historia de la Villa Imperial de Potosí. Edición Providence, Rhode Island: Brown University Press, México, 1965. • Burzio F. Humberto, La Ceca de la Villa Imperial de Potosí y la Moneda Colonial, editado en Buenos Aires. • Cañete Pedro Vicente: Guía Histórica y Geográfica del Gobierno de la Intendencia de la Provincia de Potosí, editada en Potosí, 1952. • Cunietti Ferrando Arnaldo: Monedas y Medallas, Cuatro Siglos de Historia y Artes, Manrique Zago Editores, Buenos Aires, 1990. • Omiste Modesto: Crónicas Potosinas, Editora "El Siglo" Potosí 1981.
Freddy Valle Guzman Contador General
Miembro de la Sociedad
Numismática de Bolivia
E-mail: tonamiangel@yahoo.com
¿Qué hacer para escribir nuestro primer poema?
IMPRESIONES
Félix Jemio
Félix Jemio
felixjemio@yahoo.com
Una pregunta que por años me han hecho mis estudiantes de distintos establecimientos y grados ha sido el “¿Qué hacer para escribir un verso, una estrofa y un poema?”. Siempre salía con la misma respuesta: “Ya te inspirarás, los poetas se inspiran y las palabras saldrán a borbotones como agua de un manantial mágico”. Me miraban, no muy convencidos y ahí terminaba mi clase del arte de escribir poesía. Esta situación embarazosa me ha ido corroyendo el alma en mi condición de maestro. Alguna vez también oí que alguien decía que para escribir un poema hace falta un 90 por ciento de transpiración y un 10 por ciento de inspiración. Claro, qué se hace con la inspiración cuando no se tienen las herramientas para traducir ese momento de transición en palabras, en imágenes ya sea en verso o en prosa. Complicada la cosa, y lamentablemente no hay recetas, y en todo caso mejor que no las haya para respetar la espontaneidad y la identidad del “escribidor” futuro poeta. En ese afán de encontrar la respuesta adecuada, llegó a mis manos un papelito que decía “Carta a los futuros poetas” de Rainer Maria Rilke (1875-1926), escritor austriaco, nacido en Praga, considerado uno de los poetas modernos más importantes e innovadores de la literatura alemana, por su preciso estilo lírico, sus simbólicas imágenes y sus reflexiones espirituales, alguien que inspiró a poetas como Neruda. Rilke manifiesta que el arte de escribir es producto de una experiencia íntima de su relación con el mundo que le rodea, por lo tanto, antes de escribir la primera palabra, el primer verso, se precisa de una infinita paciencia y de haber asimilado y capitalizado todos los momento vividos desde los más extraordinarios y en particular de los más cotidianos, simples y sencillos, por ejemplo, observar cómo despiertan las florecitas cada mañana, ver cómo vuelan las aves y escuchar sus trinos, haber estado al lado de los moribundos o de las madres parturientas para comprender el sentido de la muerte y de la vida; y no sólo eso, soñar con regiones desconocidas, haber tenido muchas noches de amor, y por sobre todo, sentir cómo el aire ingresa a nuestro cuerpo y nuestras manos juegan con la lluvia, el viento y los rayos del sol… en fin… recién estaremos listos para nuestra primera experiencia literaria. Después de leer la carta, me sentí comprometido a rectificar mi respuesta ante mis estudiantes y ante mí mismo. De todas maneras, hoy comenzamos este ciclo del arte de escribir nuestra primera palabra.
Una pregunta que por años me han hecho mis estudiantes de distintos establecimientos y grados ha sido el “¿Qué hacer para escribir un verso, una estrofa y un poema?”. Siempre salía con la misma respuesta: “Ya te inspirarás, los poetas se inspiran y las palabras saldrán a borbotones como agua de un manantial mágico”. Me miraban, no muy convencidos y ahí terminaba mi clase del arte de escribir poesía. Esta situación embarazosa me ha ido corroyendo el alma en mi condición de maestro. Alguna vez también oí que alguien decía que para escribir un poema hace falta un 90 por ciento de transpiración y un 10 por ciento de inspiración. Claro, qué se hace con la inspiración cuando no se tienen las herramientas para traducir ese momento de transición en palabras, en imágenes ya sea en verso o en prosa. Complicada la cosa, y lamentablemente no hay recetas, y en todo caso mejor que no las haya para respetar la espontaneidad y la identidad del “escribidor” futuro poeta. En ese afán de encontrar la respuesta adecuada, llegó a mis manos un papelito que decía “Carta a los futuros poetas” de Rainer Maria Rilke (1875-1926), escritor austriaco, nacido en Praga, considerado uno de los poetas modernos más importantes e innovadores de la literatura alemana, por su preciso estilo lírico, sus simbólicas imágenes y sus reflexiones espirituales, alguien que inspiró a poetas como Neruda. Rilke manifiesta que el arte de escribir es producto de una experiencia íntima de su relación con el mundo que le rodea, por lo tanto, antes de escribir la primera palabra, el primer verso, se precisa de una infinita paciencia y de haber asimilado y capitalizado todos los momento vividos desde los más extraordinarios y en particular de los más cotidianos, simples y sencillos, por ejemplo, observar cómo despiertan las florecitas cada mañana, ver cómo vuelan las aves y escuchar sus trinos, haber estado al lado de los moribundos o de las madres parturientas para comprender el sentido de la muerte y de la vida; y no sólo eso, soñar con regiones desconocidas, haber tenido muchas noches de amor, y por sobre todo, sentir cómo el aire ingresa a nuestro cuerpo y nuestras manos juegan con la lluvia, el viento y los rayos del sol… en fin… recién estaremos listos para nuestra primera experiencia literaria. Después de leer la carta, me sentí comprometido a rectificar mi respuesta ante mis estudiantes y ante mí mismo. De todas maneras, hoy comenzamos este ciclo del arte de escribir nuestra primera palabra.
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